Esta versión de Manuel Puig está dirigida por Carlota Ferrer, quien pone en pie sobre las tablas con pulso firme y mirada calma esta reflexión sobre la identidad, el amor y la revolución. Dejándose llevar por la imaginación, Poncela y Yebra, Yebra y Poncela, en una interpretación sobresaliente, convierten la hombría en humanidad, el golpe en latido, la mueca en sonrisa y la asfixia en ternura.
En la cárcel, Molina (Eusebio Poncela) y Valentín (Igor Yebra) son compañeros de celda. Molina es una mujer en un cuerpo de hombre, encerrado por seducir a un menor, Valentíon es un activista político, torturado durante los interrogatorios, que quiere cambiar el mundo. Para escapar de la realidad, Molina evoca películas antiguas, a través de las que, en un proceso de identificación con sus protagonistas y secundarios, ambos reflexionan sobre su propia vida y su identidad política y sexual. Un combate interior con muchas heridas abiertas y una pantera que no deja de rugir.
Según la directora Carlota Ferrer, esta obra es “una historia prohibida que saca a la luz la necesidad de amar del ser humano. Valentín y Molina durante su encierro son compañeros de un viaje existencial, un viaje de liberación. Se trata casi de un thriller que huele a bolero. Mientras, fuera de su aislamiento reinan la muerte y la tortura, sueñan un mundo que sigue esperando una revolución. La liberación política pasa por la liberación de los cuerpos”.
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