Siempre he escuchado que las Olimpiadas crean fraternidad, acortan distancias y fomentan las relaciones entre las personas. Las Olimpiadas hacen el universo más habitable y más tolerante. El deporte rompe fronteras, acerca países y tiende puentes entre las personas. Une y supera divisiones. Leía el otro día que los valores de excelencia, amistad y respeto, fueron los seleccionados para describir la base sobre la que el movimiento olímpico une deporte, cultura y educación, en beneficio de los seres humanos.
Pero con tristeza y pena asisto a la inauguración de los Juegos Olímpicos de París el pasado 26 de julio. Al mirar la ceremonia me encuentro una parodia sobre La última cena, con personajes y figuras irreverentes y con actitudes poco respetuosas. Unas formas ofensivas y un fondo ironizado. Todo el espíritu olímpico se había caído por tierra. No respetan la excelencia, es chabacanería.
Yo no busco la amistad, ni quiero buscarla, con alguien que se burla de mis creencias, y esa falta de respeto a mi ser de creyente me aleja del movimiento olímpico. Estas Olimpiadas de París me quedan muy lejos, y eso que me gusta el deporte. Muchos creyentes, y también no creyentes, por lo que he percibido, no vimos ese famoso espíritu olímpico, y la mayoría nos sentimos ofendidos.
Y no me sirve decir “¡con otras confesiones no se atreven!”. Tampoco me serviría de consuelo que faltasen al respeto a otras confesiones. ¡No lo aprobaría! Todas las creencias religiosas merecen la misma consideración. Pido el mismo respeto para los demás que pido para mí. Ironizar, faltar el respeto a La última cena es atacar lo más profundo de mi fe, una fe que me ha llevado a ser cristiano, a ser sacerdote y hoy a servir como obispo en Navarra. Y, como yo, muchos cristianos se han sentido heridos, atacados y burlados, ¿dónde queda el espíritu olímpico en este episodio de mal gusto? Tristemente hemos de admitir, que ha desaparecido.
Durante más de treinta años he celebrado la última cena en prisión. Como sacerdote siempre he buscado integrar, crear familia y comunidad en la cárcel.
Mi mensaje siempre ha sido positivo para los presos. He lavado los pies a muchos internos, como lo hice este año en la cárcel de Pamplona: españoles, latinos, africanos, hombres y mujeres, ¡eso sí que era un verdadero espíritu olímpico! ¡Una comunidad multiétnica y racial ¡La ONU en persona! Han participado presos creyentes, otros no muy practicantes pero que en esa celebración se sentían aceptados, ¡nadie quedaba excluido! No había ironía, mofa, ni burla. Se sentían respetados, valorados y queridos. Presos que, en la última cena de la cárcel, en el lavatorio de los pies, derramaban una lágrima porque le lavaba su pie y luego lo besaba. Se sentían integrados, queridos y aceptados. Se lograban los valores olímpicos, que también son evangélicos, amistad y respeto. La última cena de la cárcel acercó a muchos hombres y mujeres a Dios, a sus familias y a sus propios compañeros/as.
Sí, La última cena tiene espíritu olímpico, pero creo que la de la apertura de los Juegos de París ha supuesto lo contrario. Ha sido una última cena que no ha creado amistad, más bien dolor. No ha creado fraternidad, más bien división. No ha creado excelencia, más bien chabacanería. Jesús celebró la última cena con todos sus discípulos, también con Judas. Todos tenían un sitio, todos eran aceptados e importantes, no había barreras, había puentes. En la última cena que se escenificó en París no tengo sitio, es más, no lo quiero. Esa última cena no me representa. Me quedo con la última cena que celebré este año en la cárcel de Iruña y luego en nuestra catedral de Pamplona, que representaba los valores olímpicos y los valores evangélicos de excelencia, amistad y respeto.